y tu aliento como perfume de manzanas
Debajo de tu lengüa se encuentra leche y miel
Amado mío, ¡qué hermoso eres, qué delicioso!
nuestro lecho es sólo verdor.
Tu piel está hecha para depositar secretos. Tu entrepierna para buscarlos. Rosamaría Roffiel
Lentamente
Te siento
Deseo…
Estar dentro de ti
Me contengo
Quiero desearte más
Te penetro…
Siento como me recorres
Acariciando cada recoveco de mi cuerpo
Deslizandote…
Zizageante….
Por mi rostro
Mi cuello, mis brazos,
Mi pecho, mi abdomen,
Mi espalda, mis nalgas
Mis ingles, mis piernas
No hay límites
Me muevo lentamente
No quiero que ningun espacio
Quede sin ser recorrido por ti
Quiero sentirte por doquier
A veces suave…
A veces rápido…
Quiero sentirte de muchas formas
Juego contigo
Solo somos tú y yo
Es nuestro espacio
Me entrego completamente a ti
Me entrego a la experiencia
Mientras lo hago
El placer va llegando
Despacio…
Cada vez más intenso
Hasta que mi cuerpo estalla
Y queda la sensación…
De haberme bañado en ti.
Hay volúmenes que deben leerse en una hamaca frente al mar. Otros en la profundidad de un bosque. Al calor de los sentidos debe leerse con la piel, con todos los órganos del cuerpo, con el alma. Y, si se puede, cerca de un teléfono teniendo a mano el número de los bomberos… pues el incendio erótico no será fácil de apagar.
Estaba tranquilaJ. Valdi






Quiero morder tu carne, salada y fuerte, empezar por tus brazos hermosos como ramas de ceibo, seguir por ese pecho con el que sueñan mis sueños ese pecho-cueva donde se esconde mi cabeza hurgando la ternura, ese pecho que suena a tambores y vida continuada.
Agua de luna, fresca, con puntos de plata. Sábana de encaje.
Sudario de luz. Lecho de nácar..
Dos mujeres. Dos. Cara a cara en este juego
irrepetible que es el amor. Fiebre de deseo, canción
de una voz. Saeta que se acerca, dulce rumor.
Dejo que la tarde te desnude, que consagre tu piel.
Tú, te ofreces como flor, como ola gigante.
¡Qué deseos de besarte!
Pero sólo te veo y te veo..... y no me atrevo a tocarte.
Tus aromas me envuelven. Te siento, amor, te siento.
Tienes fuego adentro. El tiempo no existe. Sólo esto.
Fusión de suspiros, tormenta de ecos. Qué embriaguez.
Qué júbilo. Un vuelo de tórtolas sobre tu cuerpo.
Nido de alondra tu nido. Tu gruta encarnada.
Ansias, tengo ansias de tu vientre, del coral entre tus muslos.
Te dibujo con los ojos con tu propio contorno. Te miro mil veces.
Vuelvo a mirarte y no me canso. Cuántas humedades nos recorren.
¡Ay sudor que nos brillas la carne!
El silencio, callado, nos escucha desearnos.
Desde tu orilla, llega tu aliento y me muerde, excitado.
La tarde se tiñe de savia, de pájaros-flores, de un olor a sándalo.
Tu sexo tierno me invita. Lo mismo tu pelo. Tus pezones me retan.
¡Cómo quisiera llenarme la boca con ellos!
Acércate, las velas de mi amor están dispuestas anavegar hasta tu más profunda piel, para tocar tu esencia.
Ven, vamos a amarnos y amarnos y amarnos, y a no parar de amarnos.
Cómo brilla en las pupilas
encabritadas, las espaldas. Cuanta plenitud en una simple mirada.
Por fin, rompes el espacio con tu mano, rozas mis labios con tus dedos.
Deshaces el hechizo de la bella durmiente.
El deseo se desboca en un columpio infinito.
Nuestras caricias desgranan la noche.
La penumbra es un chal que nos cubre los hombros.
Afuera, el viento vuela la historia.
Bajo las sábanas, amor que pertenece al Cosmos,
dos mujeres se aman con un lenguaje secreto, alejadas del mundo.
A pesar de todo.
Rosamaria Roffiel

Después de todo -pero después de todo- sólo se trata de acostarse juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo.
Gloria degollada, sobreviviente del tiempo sordomudo, mezquina paga de los que mueren juntos.
A la miseria del placer, eternidad, condenaste la búsqueda, al injusto fracaso encadenaste sed, clavaste el corazón a un muro.
Se trata de mi cuerpo al que bendigo, contra el que lucho, el que ha de darme todo en un silencio robusto y el que se muere y mata a menudo.
Soledad, márcame con tu pie desnudo, aprieta mi corazón como las uvas y lléname la boca con su licor maduro.
Jaime Sabines
Una de la más lamentables carencia de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Ángel para abrir el fuego dice “Semilla”, Ángela para atizarlo responde “Surco”. Él dice “Alud” y ella tiernamente “Abismo”. Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Ángel dice “Madero” y Ángela “Caverna”. Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. El dice “Manantial” y ella “ Cuenca”. Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Ángel dice “Estoqueo” y Ángela radiante, “Herida”, el dice “Tañido” y ella dice “Relato”. Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.